El Viaje del Diecinueve (II)

El diecinueve de noviembre vine al mundo, y dos diecinueves antes llegaste a él conmigo. Paciente, esperando sesenta días para que naciera, y los que hicieran falta de más para que coincidiéramos. Justo cuando la fuerza del número, como aguja en reloj, se activara.

Porque este número actúa como un resorte silencioso que regula los acontecimientos troncales de la vida. Cuarenta doce diecinueves más tarde soy consciente, y lo escribo para compartirlo contigo. 

No se puede vivir pleno sin el alma completa. No saber de tu existencia fue partir del Diablo, arcano XV, observando la figura central demoniaca, aterrado, sin darme cuenta de que estabas atado a mi lado. Contigo, sin ti. 

Presencia y ausencia , que son dos caras de la misma experiencia, persistiendo aún en La Torre y la Estrella. 

En el estanque de las aguas puras de la Luna se contempla, si sabes mirar, el manto luminoso y vibrante del cielo nocturno. En la noche, la espera puede ser dolor. Sensación de vacío. La luna llora y ríe con sus lágrimas. Sabe que el drama del dolor en la noche es una pantomima, que a veces se puede sentir tragedia. Los dos hermanos, separados por el reloj de la vida, contemplan el mismo cielo en la misma noche. Deseosos, albergados de realidades internas. Los hermanos sienten que pronto se encuentran. Se anhelan. Pero la grandeza de la luz está en cada mota de luna que cae del cielo plateado. Y entonces llega el sol. Diecinueve. No más sufrimiento. No más dolor. Se observan sin necesidad de palabras para entender, para saber. Son plenitud en alma completa. 

Feliz día, feliz diecinueve, feliz amor.

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