La posverdad y lo inevitable

El mundo de la política se relaciona de una forma muy peculiar con los hechos que suceden y especialmente con aquellos que incumben a los políticos como actores directos. En este sentido, más que de la verdad o la mentira se debería hablar de discurso: una interpretación de la realidad que no sólo difiere de la realidad en términos naturales, también pretende reescribirla en virtud de un menor coste y un mayor beneficio personales. Desde la teoría del discurso, lo que es vinculante no es la realidad, sino la percepción de ésta. El discurso sustituye a la realidad y crea así el contexto de los hechos desde una perspectiva intelectual y emocional, pero no pragmática. Es así como la verdad es desplazada en el juego político por posverdad.

Los elementos que anclan la percepción de los ciudadanos a la realidad objetiva pueden alterarse para que provean información distorsionada de los hechos. Incluso los datos, que pueden interpretarse, pueden leerse sirviéndose de diferentes enfoques. Su extracción, además, requiere técnicas e instrumentos que pueden ser diseñados para sesgar la producción de los datos hacia un resultado deseado o conveniente Así se extrae y justifica el relato que sirve a cada actor político para defender sus ideas y su modelo ideal de país o de sociedad, con las principales pretensiones de convencer y vencer. Estén los hechos en favor o en contra.

Cuando las cosas pintan mal para el político se activan algunos resortes muy particulares. Desde la psicología de lo inevitable, toda situación negativa que es desagradable y es inevitable produce una disonancia cognitiva forzosa. Jack Brehm, en su experimento con niños y el consumo de verduras demostró que cuando no podemos escapar de aquello que nos disgusta forzamos nuestro marco mental y nos adaptamos, cambiando nuestras ideas sobre el objeto. Si debemos consumir algún producto que no nos produce placer, nos convencemos de que en efecto no es tan desagradable o incluso que puede ser placentero. En política esto también sucede. Un actor que se enfrenta a lo aparentemente desagradable e inevitable puede autoconvencerse de que, en efecto, las cosas no son como parecen ser. Por esto, el buen manejo consciente – o intuivitamente inconsciente – de esta disonancia puede conducir al éxito. El político que, manejando la posverdad como herramienta de trabajo, sabe usar la psicología de lo inevitable a su favor, puede conducirse a su meta sin grandes apuros. Y en apariencia, sustituir globalmente la verdad por la posverdad.

Pero en el mundo real, la posverdad no puede reemplazar a la verdad. El juego de la política es sólo eso, un juego. ¿Cómo no confundir una de la otra, y cómo observar cada una en particular? Discriminar cuándo está presente la verdad o la posverdad es una habilidad que, lamentablemente, todos los ciudadanos tienen que desarrollar para efectuar con igualdad de condiciones y justicia la participación democrática. Si el votante conoce el papel de la posverdad, de la psicología de lo inevitable y de los marcos mentales políticos puede ejercer con solvencia sobrada su derecho al voto justo y calibrado. ¡Y no verse engañado por la verdad del discurso!

Para confrontar la posverdad y hacer extracciones informativas directas de la verdad hay múltiples métodos científicos. Pueden emplearse dos variables mínimas: lo necesario y lo suficiente. Para el Presidente de un Ejecutivo que se enfrenta con necesidades desagradables, lo hecho por el gobierno no sólo es necesario, sino también suficiente para el bienestar y la prosperidad mínima del país. Desde esta perspectiva, su gestión se presume lo suficientemente exitosa como para activar el triunfalismo y lo necesariamente incompleta como para continuar con su proyecto, tener que repetir mandato y ser de nuevo elegido por los ciudadanos. En otras palabras, con un buen discurso cualquier acto puede ser legitimado. Para el líder de la oposición, en este contexto, la actuación del gobierno ni es suficiente, pues no asegura el bienestar social desde su umbral mínimo, ni es necesaria, ya que las medidas son las equivocadas. En este extraño juego de dicotomización de la realidad, en la que ambos contrincantes se sitúan en los polos opuestos, la realidad es una mera anécdota. Puede emerger a través de las necesidades y recursos reales, pero no del relato ni de las palabras. En el contexto global y particular, y olvidándonos de los relatos, lo necesario para un fin – en el caso de la política la solvencia y eficacia del Estado del bienestar – y lo suficiente pueden ser buenas fuentes de información. John Stuart Mill propuso ya un método en el siglo XIX para realizar investigaciones lógicas y comprobar las condiciones que son suficientes y/o necesarias en circunstancias que requieren investigación.

Junto a las disonancias y la posverdad, los marcos mentales de los políticos que manejan los discursos como herramientas de trabajo son los principales elementos que ejercen de distractores informativos para el consumidor potencial de la política (es decir, el votante). Los marcos actúan como operadores de partida para la personalidad del actor, desde donde se configura su palabra y acción, y con estas, la relación con los otros competidores y con los consumidores. Unos marcos mentales mal configurados pueden resultar en una personalidad aparentemente detestable. Se pueden diferenciar principalmente ocho ejes en el marco mental de expresión de una personalidad política, que oscilan desde el triunfalismo y la ostentación de la autoridad, hasta la rebeldía abierta y la posición de víctima. Toda reacción política y discursiva está contemplada y estudiada desde la psicología política, y se puede aplicar a otros ámbitos de la psicología.

Este juego de relatos que enmascaran la realidad, o bien la distorsiona, con fines personales que trascienden lo individual se aprecia en combinaciones con los arquetipos del cinco de espadas, el diablo, el ocho de oros y la luna junto con arquetipos de poder temporal tales como el emperador, el papa o la justicia. Si bien cada combinación ofrece un escenario diferencial, la intencionalidad de extraer algo para sí mismo en detrimento del bien común (puede observarse en el diablo con el cinco de espadas) junto con la capacidad efectiva de hacerlo y la buena posición de poder material (ocho de oros con la justician por destacar un ejemplo) puede derivar en la ocultación de las intenciones reales a la hora de transmitir transparencia (la luna en algunas de las interacciones con el resto de arcanos).

Estas combinaciones son sólo orientativas porque el contexto es aún más amplio y dependiente de otros hilos informativos. Los arquetipos, sin embargo, se interrelacionan con sus propias esencias, generando estas tensiones derivadas de sus propias necesidades y los deseos que colisionan con la realidad y las oportunidades que ofrece.

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