Potencial
adjetivo
- Que no es, no se manifiesta o no existe pero tiene la posibilidad de ser, de manifestarse o de existir en un futuro. «un cliente potencial”.
- nombre masculino
Fuerza o poder del que se dispone para lograr un fin. «potencial tecnológico”.
El potencial humano es prácticamente infinito. Conforme crecemos nuestro horizonte se va expandiendo. Nuestros logros hacen madurar nuestras expectativas: los deseos, como nuestros éxitos y fracasos, se adaptan a nuestras circunstancias de forma continua. Así que, mientras avanzamos, nuestro potencial también lo hace, porque es parte de nosotros. Y como el potencial no está delimitado de forma estática, tiende a ampliarse sin frontera. Esto es, el humano es potencialmente cuasi infinito.
Las diferentes expresiones de la naturaleza humana están en armonía con esto. La búsqueda de ser un mejor individuo, de estar en una mejor sociedad y de construir un mejor mundo son una constante. Las religiones, la ciencia, la filosofía, la moral e incluso la política son influidas por la necesidad de ampliar el potencial humano. Intrínseca a nuestras necesidades como seres interpersonales, el potencial de crecimiento es una constante en la expresión de los seres humanos, dándose en dos términos:
- El potencial interno. Es aquel que, estando o no en expresión, tiene la posibilidad de manifestarse. Está bajo nuestro control, o como diría el psicólogo Julian Rotter, está en el locus de control interno. Representa todo lo que realmente podemos hacer, aunque en ocasiones no sepamos cómo hacerlo. Sólo habría que conocer las herramientas disponibles y explotar los recursos a nuestro alcance.
- El potencial externo. O potencial de locus de control externo. Es todo aquel que está fuera de nuestro control y que, para conseguirlo, requerimos aprender y superar nuestras propias limitaciones.
Los científicos, los filósofos y los pensadores han buscado propuestas, teorías, técnicas y diversas herramientas para la comprensión, la adquisición o explotación del potencial cuasi infinito. El término locus, por ejemplo, hace referencia al lugar de posición de los elementos intangibles. El locus interno, como puede sonar obvio, es mucho más fácil de manejar, ya que se encuentra dentro de nuestros límites competenciales. Revelar un elemento que se halla en el locus interno requiere el aprendizaje de revelarlo, no de crearlo o de formarlo, no así el elemento que se halla en el locus externo. Podemos decir que el potencial interno se ha de revelar, mientras que el potencial externo se tiene aún que aprender.
Generalmente se alude a la relación entre lo externo y lo interno con los términos bottom-up (hacia dentro, o siendo literales, de abajo a arriba) y top-down (hacia fuera, o de arriba a abajo). Estas dos direcciones en el aprendizaje y la revelación de potencial son naturales e inevitables, ya que conforme crecemos y maduramos la interacción con los elementos internos y externos es incesante. Así, vamos constantemente asimilando y acomodándonos a nuestro ecosistema del potencial infinito. Estas dos direcciones establecen la línea vertical del potencial, que define en este aspecto nuestra relación con el mundo. Cuando aprendemos a hablar, a caminar, a gestionar nuestras emociones, a establecer buenas relaciones de amistad o a cubrir con éxito nuestras demandas laborales estamos empleando competencias adquiridas en algún punto de nuestra historia evolutiva a través de estas direcciones.
A este esquema lineal se superpone otro mucho más elemental, que se da desde los comienzos de la humanidad: aquella línea que genera el propio movimiento del deseo, o bien de la intención primordial. Al desear, las personas proyectamos un objetivo de adquirir lo deseado. Así, se produce una línea con dos posiciones: una inicial, de la cual partimos y que define la falta de aquello que deseamos, y una final, a la cual deseamos, o tenemos la intención, de llegar. Esta línea, por la cual discurrimos en términos motivacionales y libidinales, la podemos llamar línea horizontal y determina la distancia entre el objetivo y el sujeto. Surge cuando nos relacionamos con nuestras esperanzas y expectativas. Las proyecciones ideales y reales que hacemos hacia el futuro, las metas que surgen con pasión y ganas o bien las que se dan por pura necesidad discurren a través de estas direcciones.
La línea vertical externa-interna no interfiere en el esquema lineal de inicial-final, sino que se coordinan y complementan, conformando algo así como los puntos cardinales del potencial infinito humano.
Las dos posiciones horizontales del ser humano, la inicial y la final, han promovido el movimiento desde su nacimiento: somos constantemente empujados por cuestiones tales como: quién soy, quiénes somos. Quién quiero ser, quiénes queremos ser, qué tengo la intención de ser… mientras que las dos posiciones verticales, la interna (o arriba) y la externa (o abajo) definen las relaciones con los objetos involucrados en la construcción y revelación del potencial.
Mucho antes del pensamiento científico e incluso filosófico ya existía la inquietud existencial. La Historia de la humanidad es una continua búsqueda del conocimiento hacia el potencial infinito. Partiendo de las manifestaciones protorreligiosas como el animismo, el totemismo, el artificialismo o el finalísmo hasta la constitución de las religiones institucionales en el mundo, en un rango de más de dos milenios, se han construido desde lo meramente mágico hacia el politeísmo, el monoteísmo y el ateísmo.
La aparición de la escritura fue uno de los momentos críticos del avance del pensamiento, impulsando la constitución de los Estados y la complejidad de la política, el Estado de Derecho y el Imperio de la Ley, la formación del pensamiento científico así como el establecimiento de leyes que permiten el desarrollo de la tecnología y de la prosperidad. La Kabbalah y el esoterismo han jugado un papel esencial en la evolución hacia el descubrimiento del potencial infinito y el pensamiento científico-mágico, ya que durante años cubrieron los vacíos que actualmente rellenan las ciencias, en ocasiones adhiriéndose a disciplinas como la alquimia o la astrología, en ocasiones sirviendo de base para el propio paradigma positivista.
El pensamiento de las nuevas realidades dio un vuelco radical a partir del espiritismo y la observación de una posible quinta dimensión, cuando la ciencia, el arte y la filosofía se tocan en la búsqueda de nuevas realidades a partir de términos y conceptos como la cuántica, el principio de incertidumbre o la ley de la relatividad. La revolución no fue solo científica o intelectual, se dio en todas las áreas de la expresión humana: Picasso, Anthony Abbott o Henry Slade son dispares muestras de la heterogeneidad del espíritu revolucionario de las “dimensiones superiores” de la nueva era.
Con ello, a través de la psicoterapia, la psicología y la terapia psicológica la sociedad conoció la posible existencia de subconscientes, segundas mentes y realidades no observables del interior de las personas, que podrían ser focos de patologías mentales y de déficits en la conducta y en los procesos internos. Sigmund Freud, Jacques Lacan, Carl Gustav Jung o Kaluza Klein constituyen ejemplos de la síntesis oscura y dinámica entre lo científico, lo mágico y lo filosófico. Herramientas como el Tarot, los tipos de personalidad, el eneagrama, los tests proyectivos o las cartas astrales para su uso en la psicología astrológica constituyen ejemplos de utensilios que, sin firme fundamento científico de respaldo, pueden emplearse desde la óptica hipotética y especulativa para la observación de principios artísticos, filosóficos y culturales, entre otros, propios de la dinámica humana.
Lo más trascendente del Tarot para mí, por citar un ejemplo, es su enorme transculturalidad histórica. Su evolución en el último milenio ha dado como resultado cientos o miles de composiciones taróticas, sujetas a sus contextos históricos y culturales, pero todas con un denominador común: la búsqueda del potencial humano. El loco, arquetipo del ser que desafía la cordura de lo establecido para encontrar un potencial superior al revelado, es la única figura en el Tarot que carece de número. Éste se puede considerar un arquetipo central en la propia existencia de nuestra especie, que necesita siempre una inspiración guiadora que nutra y motive su viaje de crecimiento. Mientras que para Jung el arquetipo de maná da sustento al potencial y para Freud es el de líbido, el Tarot francés habla de fuerza, en el arcano once, mientras que el inglés lo sitúa en el número ocho.
A través del paradigma del potencial infinito vivimos actualmente en la era de los Derechos Humanos y de la búsqueda de la felicidad y la libertad de todos los individuos, con la actividad primaria del Derecho Internacional y de las influencias transnacionales. El vasto bagaje del desarrollo intelectual, emocional y moral de nuestra especie late en muchas de sus declaraciones. Esto no implica que la barbarie y el instinto de destrucción hayan dejado de ser naturales, sino que se marginalizan conforme al desarrollo del potencial infinito. La medicina, la jurisprudencia, las artes aplicadas y otras manifestaciones troncales son guiadas por este paradigma, con clara líneas de evolución prosocial, como denominó el psiquiatra Lawrence Kohlberg en su teoría del desarrollo moral, y de evolución de la cultura de la paz democrática, como se indica desde los ámbitos de la ciencia política.
Este libro no trata de terapia ni de autoayuda clínica. No pretende contar realidades absolutas. Esta obra es un divertido, breve y profuso viaje por el Potencial Infinito a través de la Historia, del espacio y del tiempo para rescatar conceptos y técnicas basados en la heterogeneidad del saber humano y que permiten, a modo de sencillos, creativos e instructivos ejercicios, disponer de plantillas para el desarrollo personal y el conocimiento de un real crecimiento. Es un periplo de encuentro con el potencial infinito humano a través de sus culturas, su filosofía, su religión, su magia y su ciencia.
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